Así se fundó allí la ciencia a que Euclides llamó Geometría y que
ahora por todo este país se llama Masonería. MANUSCRITO DOWLAND.
Siete ciencias liberales se basan en la Geometría. Ni la gramática, ni
la retórica, ni la lógica, ni ninguna otra de las dichas ciencias
pueden subsistir sin la Geometría. MANUSCRITO HARLEIAN.
ahora por todo este país se llama Masonería. MANUSCRITO DOWLAND.
Siete ciencias liberales se basan en la Geometría. Ni la gramática, ni
la retórica, ni la lógica, ni ninguna otra de las dichas ciencias
pueden subsistir sin la Geometría. MANUSCRITO HARLEIAN.
I
De esta suerte hablan los Antiguos Deberes de la Geometría como
primera de todas las ciencias y base del arte masónico. Desde luego
que no aceptamos la fantástica historia que nos cuentan respecto al
origen de la Geometría, porque es un tejido de leyendas inverosímiles,
según las cuales fue Euclides nada menos que un cercano pariente de
Abraham. Pero no se requiere mucha intuición para descubrir tras los
rudos textos de los antiguos documentos de la Masonería simbólica una
reminiscencia del servicio prestado por la Geometría a la vida física
y después a la vida espiritual del hombre (1).
En los Antiguos Deberes y en nuestro Ritual leemos que Pitágoras fue
el primer pensador que elevó las matemáticas al nivel de ciencia
divina, dándolas por base de una filosofía mística.
Afirmaba Pitágoras que la Aritmética es el número en reposo, y la
Música el número en movimiento, así como la Geometría es la magnitud
en reposo y la Astronomía la magnitud en movimiento. La aritmética, la
música, la geometría y la astronomía eran las cuatro artes liberales
del sistema pitagórico.
En concepto de Pitágoras, era Dios el Supremo geómetra, y en sus
escuelas esotéricas de Grecia enseñaba que “todas las cosas expresan
números”. Según nos dice Proclo, se contraía Pitágoras al número y a
la magnitud, a las matemáticas y la música.
Platón, siguiendo el camino de Pitágoras añadió otras tres artes
liberales: la gramática, la retórica y la lógica. El que conocía las
siete artes liberales era erudito. También basaba Platón todas las
cosas en el número, y sobre el portal de su academia de Atenas puso un
letrero que decía: “Nadie entre si desconoce la geometría”. Según
Platón, la geometría era una revelación de la Mente eterna, un camino
conducente al conocimiento de Dios, y como tal un arte sagrado y de
profundísima importancia.
Uno de sus discípulos le preguntó:
- ¿En qué se ocupa la Divinidad? y Platón respondió:
-Dios geometriza. Con esta respuesta coincide otra de sus famosas
sentencias: “La Geometría ha de
atraer siempre al alma hacia la verdad”. No es extraño que los
primitivos pensadores reverenciasen de tal modo las matemáticas,
porque lo mismo que todas las ciencias a nuestra moderna mentalidad,
les revelaban un mundo de ley, orden y belleza.
Tres siglos antes de la era cristiana, escribió Euclides el tratado en
que expuso todo cuanto de geometría se sabía en aquel tiempo, y su
obra aún se mantiene como base del arte de los números, aunque se han
establecido mejores métodos de resolver problemas y se han descubierto
nuevos postulados y se ofrecen a la mente humana muy arduos problemas.
Durante la edad media, se perdió la geometría con muchos otros
valiosos conocimientos, en la inundación que anegó la cultura clásica,
y las gentes experimentaron de nuevo el terror de los hados, como lo
había experimentado el hombre primitivo. El redescubrimiento de la
geometría por Simón Grinaceo, en los días de Lutero, abrió el camino
de la ciencia moderna y tuvo indudable influencia en los documentos de
la Masonería.
A tan lejana distancia es casi imposible estimar el servicio que la
ciencia de los números prestó a la fe y al pensamiento del hombre en
los albores de su mentalidad. Tuvo su primer atisbo de ley y orden en
la vida cuando trató de hallar la causa del intrincado laberinto de
las cosas. En medio del azar en que vivía, a merced de fuerzas
incomprensibles, buscó en la ley de los números una salida por donde
escapar de su terrible sensación de capricho y antojo. Donde no hay
orden ni estabilidad, la vida pende de un hilo, incalculable y
terrorífica. No es extraño que un arte revelador de vislumbres de
unidad y orden en el mundo fuese considerado como una divina
manifestación y comunicara su forma a la fe humana.
Cuando Euclides presentó su tratado de geometría al rey de Egipto,
Tolomeo, le preguntó éste: “¿No es posible simplificar los problemas?”
Y el matemático respondió: “No hay calzada real que conduzca a la
Geometría (2).”
Así fue en efecto en tiempos antiguos cuando el hombre meditaba sobre
los postulados de la Geometría que con el tiempo llegó a ser la
calzada real que condujo al descubrimiento de que la Naturaleza tiene
ciertos atributos. Eran verdades primitivas sobre que se funda todo
razonamiento, toda investigación y de conformidad con las cuales
podemos actuar confiadamente. En obediencia a las leyes délos números
aprendieron los hombres a señalar el movimiento de los astros, la
periodicidad de las estaciones, a medir el planeta, y en el valle del
Nilo sirvió la Geometría para indicar los términos trazados por las
anuales inundaciones. Así es que como los números habían extraído el
orden del caos de sus primeras impresiones recelosas y desconfiadas,
exaltaron las matemáticas al nivel de la divinidad, como una
inspiración de Dios. Así también el triángulo y la escuadra se
grabaron en sus monumentos y pendieron en sus templos.
Habiendo revelado tantas cosas, los números tuvieron un significado
espiritual, muy diferente de nuestra prosaica manera de pensar. Sin
duda era dicho significado el que Platón daba a entender cuando decía
que por la medida se salvaba el alma, o sea que al ajustar nuestra
conducta en armonía con el eterno orden del mundo nos emancipamos de
la vulgaridad. En la Biblia hallamos indicios de esta ciencia de los
números, pues en diversos pasajes aparecen números sagrados que
representan palabras, sugieren ideas y revelan verdades. El
Apocalipsis, en vez de ser como parece una serie de nebulosas y
confusas visiones, es en realidad un libro de matemáticas
espirituales. Tres es el signo de la Divinidad; cuatro indica el mundo
de las cosas creadas; siete denota paz y alianza; y diez la totalidad.
Los números pares simbolizan las cosas terrenas, los impares las
celestes; y el par y el impar sumados, unen ambas cosas, como están
unidas en la visión de la ciudad de Dios, de conformidad con “la
medida de hombre, esto es, del ángel”. (Apocalipsis 21:17).
Muy fácil es decir que tales visiones son meras fantasías; pero no hay
tal. Para mí uno de los más señalados hechos en la historia del
pensamiento humano es que las nuevas y creadoras ideas de los
primitivos pensadores hayan quedado confirmadas por la investigación y
la experiencia (3). Por ejemplo, cuando Pitágoras dijo “todas las
cosas están en números, que el mundo es una evolucionante aritmética
viva, una geometría en reposo” mostraba la osada intuición del puro
genio, y hoy sabemos que es literalmente verdad. Si observamos en la
platina del microscopio un copo de nieve, veremos realizado lo que el
profundo pensador vio en visión. El copo de nieve es un admirable
ejemplo de la Geometría de Dios, pues forma cuadrados, círculos,
triángulos, pentágonos, hexágonos y paralelogramos mucho más exactos
que los trazados por mano de un habilísimo delineante. Observemos
después la carta de un astrónomo y veremos escrito con enormes
caracteres en el firmamento lo que en menudísimos signos leíamos en el
copo de nieve. La misma configuración tienen la gota de agua y la
estrella, y están regidas por las mismas leyes.
Verdaderamente, Dios geometriza, como dijo Platón, y los signos y
dibujos que por doquiera vemos en la naturaleza deben ser las formas
de pensamiento de la Mente eterna, pues de otro modo no las asumirían
la materia y el movimiento.
Sócrates trató de demostrar al ateo Aristodemo que una estatua no
podía salir casualmente esculpida de la cantera, y tampoco era posible
que el universo infinitamente más vasto y complicado hubiese sido obra
de la casualidad.
De la obra de Henri Fabre: The Cufic of the Spider entresacamos el
siguiente párrafo, que hubiera entendido Pitágoras:
La Geometría o ciencia de la armonía en el espacio preside todas las
cosas. La encontramos en la disposición de una pina lo mismo que en la
tela de araña, en la concha del caracol y en la órbita de un planeta.
Está por doquiera, tan perfecta en el mundo de los átomos como en el
universo de los soles, demostrándonos la existencia de un Geómetra
Universal cuyo divino compás ha medido todas las cosas.
¿Es la Geometría ideal de un supremo Amador de la Belleza que quisiera
explicar todas las cosas?. ¿Por qué la regularidad de las curvas de
los pétalos de una flor?. ¿Acaso esta infinita gracia aun en los más
mínimos detalles es compatible con la brutalidad de anárquicas
fuerzas?. También se podría en tal caso atribuir al martillo de vapor
que amasa el metal, la exquisitez del medallón labrado por el artista.
De esta suerte hablan los Antiguos Deberes de la Geometría como
primera de todas las ciencias y base del arte masónico. Desde luego
que no aceptamos la fantástica historia que nos cuentan respecto al
origen de la Geometría, porque es un tejido de leyendas inverosímiles,
según las cuales fue Euclides nada menos que un cercano pariente de
Abraham. Pero no se requiere mucha intuición para descubrir tras los
rudos textos de los antiguos documentos de la Masonería simbólica una
reminiscencia del servicio prestado por la Geometría a la vida física
y después a la vida espiritual del hombre (1).
En los Antiguos Deberes y en nuestro Ritual leemos que Pitágoras fue
el primer pensador que elevó las matemáticas al nivel de ciencia
divina, dándolas por base de una filosofía mística.
Afirmaba Pitágoras que la Aritmética es el número en reposo, y la
Música el número en movimiento, así como la Geometría es la magnitud
en reposo y la Astronomía la magnitud en movimiento. La aritmética, la
música, la geometría y la astronomía eran las cuatro artes liberales
del sistema pitagórico.
En concepto de Pitágoras, era Dios el Supremo geómetra, y en sus
escuelas esotéricas de Grecia enseñaba que “todas las cosas expresan
números”. Según nos dice Proclo, se contraía Pitágoras al número y a
la magnitud, a las matemáticas y la música.
Platón, siguiendo el camino de Pitágoras añadió otras tres artes
liberales: la gramática, la retórica y la lógica. El que conocía las
siete artes liberales era erudito. También basaba Platón todas las
cosas en el número, y sobre el portal de su academia de Atenas puso un
letrero que decía: “Nadie entre si desconoce la geometría”. Según
Platón, la geometría era una revelación de la Mente eterna, un camino
conducente al conocimiento de Dios, y como tal un arte sagrado y de
profundísima importancia.
Uno de sus discípulos le preguntó:
- ¿En qué se ocupa la Divinidad? y Platón respondió:
-Dios geometriza. Con esta respuesta coincide otra de sus famosas
sentencias: “La Geometría ha de
atraer siempre al alma hacia la verdad”. No es extraño que los
primitivos pensadores reverenciasen de tal modo las matemáticas,
porque lo mismo que todas las ciencias a nuestra moderna mentalidad,
les revelaban un mundo de ley, orden y belleza.
Tres siglos antes de la era cristiana, escribió Euclides el tratado en
que expuso todo cuanto de geometría se sabía en aquel tiempo, y su
obra aún se mantiene como base del arte de los números, aunque se han
establecido mejores métodos de resolver problemas y se han descubierto
nuevos postulados y se ofrecen a la mente humana muy arduos problemas.
Durante la edad media, se perdió la geometría con muchos otros
valiosos conocimientos, en la inundación que anegó la cultura clásica,
y las gentes experimentaron de nuevo el terror de los hados, como lo
había experimentado el hombre primitivo. El redescubrimiento de la
geometría por Simón Grinaceo, en los días de Lutero, abrió el camino
de la ciencia moderna y tuvo indudable influencia en los documentos de
la Masonería.
A tan lejana distancia es casi imposible estimar el servicio que la
ciencia de los números prestó a la fe y al pensamiento del hombre en
los albores de su mentalidad. Tuvo su primer atisbo de ley y orden en
la vida cuando trató de hallar la causa del intrincado laberinto de
las cosas. En medio del azar en que vivía, a merced de fuerzas
incomprensibles, buscó en la ley de los números una salida por donde
escapar de su terrible sensación de capricho y antojo. Donde no hay
orden ni estabilidad, la vida pende de un hilo, incalculable y
terrorífica. No es extraño que un arte revelador de vislumbres de
unidad y orden en el mundo fuese considerado como una divina
manifestación y comunicara su forma a la fe humana.
Cuando Euclides presentó su tratado de geometría al rey de Egipto,
Tolomeo, le preguntó éste: “¿No es posible simplificar los problemas?”
Y el matemático respondió: “No hay calzada real que conduzca a la
Geometría (2).”
Así fue en efecto en tiempos antiguos cuando el hombre meditaba sobre
los postulados de la Geometría que con el tiempo llegó a ser la
calzada real que condujo al descubrimiento de que la Naturaleza tiene
ciertos atributos. Eran verdades primitivas sobre que se funda todo
razonamiento, toda investigación y de conformidad con las cuales
podemos actuar confiadamente. En obediencia a las leyes délos números
aprendieron los hombres a señalar el movimiento de los astros, la
periodicidad de las estaciones, a medir el planeta, y en el valle del
Nilo sirvió la Geometría para indicar los términos trazados por las
anuales inundaciones. Así es que como los números habían extraído el
orden del caos de sus primeras impresiones recelosas y desconfiadas,
exaltaron las matemáticas al nivel de la divinidad, como una
inspiración de Dios. Así también el triángulo y la escuadra se
grabaron en sus monumentos y pendieron en sus templos.
Habiendo revelado tantas cosas, los números tuvieron un significado
espiritual, muy diferente de nuestra prosaica manera de pensar. Sin
duda era dicho significado el que Platón daba a entender cuando decía
que por la medida se salvaba el alma, o sea que al ajustar nuestra
conducta en armonía con el eterno orden del mundo nos emancipamos de
la vulgaridad. En la Biblia hallamos indicios de esta ciencia de los
números, pues en diversos pasajes aparecen números sagrados que
representan palabras, sugieren ideas y revelan verdades. El
Apocalipsis, en vez de ser como parece una serie de nebulosas y
confusas visiones, es en realidad un libro de matemáticas
espirituales. Tres es el signo de la Divinidad; cuatro indica el mundo
de las cosas creadas; siete denota paz y alianza; y diez la totalidad.
Los números pares simbolizan las cosas terrenas, los impares las
celestes; y el par y el impar sumados, unen ambas cosas, como están
unidas en la visión de la ciudad de Dios, de conformidad con “la
medida de hombre, esto es, del ángel”. (Apocalipsis 21:17).
Muy fácil es decir que tales visiones son meras fantasías; pero no hay
tal. Para mí uno de los más señalados hechos en la historia del
pensamiento humano es que las nuevas y creadoras ideas de los
primitivos pensadores hayan quedado confirmadas por la investigación y
la experiencia (3). Por ejemplo, cuando Pitágoras dijo “todas las
cosas están en números, que el mundo es una evolucionante aritmética
viva, una geometría en reposo” mostraba la osada intuición del puro
genio, y hoy sabemos que es literalmente verdad. Si observamos en la
platina del microscopio un copo de nieve, veremos realizado lo que el
profundo pensador vio en visión. El copo de nieve es un admirable
ejemplo de la Geometría de Dios, pues forma cuadrados, círculos,
triángulos, pentágonos, hexágonos y paralelogramos mucho más exactos
que los trazados por mano de un habilísimo delineante. Observemos
después la carta de un astrónomo y veremos escrito con enormes
caracteres en el firmamento lo que en menudísimos signos leíamos en el
copo de nieve. La misma configuración tienen la gota de agua y la
estrella, y están regidas por las mismas leyes.
Verdaderamente, Dios geometriza, como dijo Platón, y los signos y
dibujos que por doquiera vemos en la naturaleza deben ser las formas
de pensamiento de la Mente eterna, pues de otro modo no las asumirían
la materia y el movimiento.
Sócrates trató de demostrar al ateo Aristodemo que una estatua no
podía salir casualmente esculpida de la cantera, y tampoco era posible
que el universo infinitamente más vasto y complicado hubiese sido obra
de la casualidad.
De la obra de Henri Fabre: The Cufic of the Spider entresacamos el
siguiente párrafo, que hubiera entendido Pitágoras:
La Geometría o ciencia de la armonía en el espacio preside todas las
cosas. La encontramos en la disposición de una pina lo mismo que en la
tela de araña, en la concha del caracol y en la órbita de un planeta.
Está por doquiera, tan perfecta en el mundo de los átomos como en el
universo de los soles, demostrándonos la existencia de un Geómetra
Universal cuyo divino compás ha medido todas las cosas.
¿Es la Geometría ideal de un supremo Amador de la Belleza que quisiera
explicar todas las cosas?. ¿Por qué la regularidad de las curvas de
los pétalos de una flor?. ¿Acaso esta infinita gracia aun en los más
mínimos detalles es compatible con la brutalidad de anárquicas
fuerzas?. También se podría en tal caso atribuir al martillo de vapor
que amasa el metal, la exquisitez del medallón labrado por el artista.
II
Verdaderamente, Dios geometriza lo mismo en la forma humana que en la
de las montañas y de las estrellas; en la modelación de un rostro como
en el tejido de la tela de araña. Así como Euclides tuvo una
mentalidad lo bastante profunda y clara para dar la primera expresión
a las leyes de la Geometría física, así Moisés y los videntes
espirituales tuvieron una mentalidad lo bastante lúcida para discernir
un orden moral. Y así como en la mente de Euclides se manifestó un
atributo del universo, y en la moral intuición de Moisés se manifestó
otro atributo, en la profunda, sana, lúcida y pura mente de Jesús se
revelaron con diáfana claridad las leyes de la vida espiritual que
halló perfectísima expresión en Sus palabras.
Hay tres modalidades de geometría: la física, la moral y la
espiritual, y en cada una de ellas es válida la visión, porque las
leyes de la moral y del espíritu son tan universales e ineludibles
como las físicas. Todos los movimientos de la materia concuerdan y
están sujetos a las leyes y principios de las matemáticas. No hay
átomo en el universo que no obedezca a la Geometría. Cuando apareció
la vida, cuando surgieron la mente y la experiencia moral, intervino
una nueva fuerza, presentose un nuevo hecho, pero se sujetaron las
leyes eternas y se manifestaron los espirituales valores de verdad,
belleza, bondad, abnegación y sacrificio. El universo produjo estas
preciosas virtudes con tanta seguridad como produjo el hierro y la
potasa, lo cual significa que hay un universo moral y espiritual como
hay un universo físico.
Las leyes y principios de la Geometría que rigen las formas y
movimientos de la materia son también las leyes que gobiernan nuestra
mente, inevitables principios por los cuales pensamos y vivimos.
En la obra Sermons of a Chemist, de E. E. Slosson, hombre de tanta
ciencia como espiritualidad, hay un capítulo titulado: The Geometry of
Ethics, del que entresacamos el siguiente pasaje:
La verdad es una; los errores son infinitos. De cada diez ideas que
acuden a nuestra mente, nueve son erróneas, y el objeto de la
educación es seleccionar la verdadera de entre las diez. De cada diez
impulsos que nos asaltan, nueve son siniestros, y la tarea de la
cultura es suprimir los nueve.
Por complicado que sea un problema, sólo tiene una solución
satisfactoria, un método para resolverlo, un recto y angosto camino
difícil de hallar y penoso de seguir, que nos saca del laberinto de
falsas revueltas. Todos los demás son ciegas avenidas que se enredan
en ellas mismas.
Es un postulado de geometría plana que entre dos puntos sólo puede
trazarse una línea recta. Desde el punto en que estamos al punto donde
queremos ir sólo hay un camino recto; todos los demás caminos son más
o menos divergentes y desviados.
Las reglas de conducta son tan invariables y absolutas como las reglas
geométricas. La sola diferencia está en que no podemos verlas tan
claramente en la ética como en las matemáticas. La niebla obscurece
nuestro camino, pero no altera en lo más mínimo su longitud ni su
dirección.
Sólo hay un mejor movimiento en una jugada de ajedrez, tanto si lo
conocemos como si lo ignoramos. Sólo hay una sabia acción en cada
vicisitud de la vida, tanto si la conocemos como si la ignoramos.
Tal es el mundo en que estamos colocados para buscar nuestro camino.
Un mundo gobernado por leyes. Nada se mueve al azar. En el átomo y en
el sol reina la Geometría por voluntad del eterno Geómetra. Ningún
cometa vuela alborotadamente a través del espacio, sino que todos
obedecen a la ley de los números. Verdaderamente dijo el Salmista: “Ha
puesto Su compás sobre la faz del abismo”. La casualidad es una
ficción. Las leyes geométricas son tan verdaderas en las artes humanas
como en el arte de Dios. Un edificio es una demostración geométrica.
Una pintura es la matemática coloreada. La música es la Geometría con
alas y voz. Una conducta íntegra es una vida geométrica modelada por
leyes tan universales como la ley de los números.
III
Dijo Emerson en un discurso que “la más amplia y esplendente empresa
del mundo es la educación de un hombre”. Tal es el propósito de la
Masonería. Dice un antiguo ritual inglés: “La Geometría o Masonería,
pues originalmente fueron sinónimos ambos términos, es de naturaleza
divina y moral, que enriquece al masón con utilísimos conocimientos, y
mientras prueba las admirables propiedades de la Naturaleza, demuestra
las importantísimas verdades de la Moral”. Podemos decir que la
Masonería es una Geometría moral cuyas enseñanzas se fundan en la
verdad de que la vida interna del hombre, la vida de fe, esperanza,
deber y amor es un reino de ley, donde la libertad, el poder y la
belleza son los trofeos de la fiel obediencia y del disciplinado
esfuerzo.
El orden rige en la intimidad del alma lo mismo que en los cielos
donde el astrónomo escruta el pensamiento de Dios. El carácter no es
obra de la casualidad, sino que se construye según las leyes tan
inmutables y seguras como cualquier ley hallada por el químico en el
laboratorio. La libertad del alma no es caprichosa y mucho menos
anárquica sino que resulta de la voluntaria obediencia a las
establecidas leyes de la mente y del espíritu. Quien construya según
los principios de rectitud erigirá un carácter tan estable como la
casa que el hombre prudente edificó sobre la roca. No lo conmoverán
las tempestades ni lo socavarán las inundaciones. Feliz el que aprende
la Geometría del corazón y promete escuadrar sus pensamientos y
acciones por medio de las leyes de la vida moral, según se le enseña
en su Logia.
Consideremos breve y vividamente la Geometría del carácter, sus
proporciones y dimensiones. Como la Nueva Jerusalén que el Redentor
vio descender del cielo, el carácter es cuadrado o mejor dicho cúbico,
con igual longitud, anchura y altura. La base del cubo del carácter,
la longitud de un hombre, la extensión de su mérito e influencia es
sencillo asunto de moralidad. La pureza es la primera medida de un
hombre. Si carece de alguna vigorosa cualidad como el honor, la pureza
y la veracidad, sólo tendrá figura de hombre aunque posea la erudición
de Bacon, la donosura de Chesterfield y la elocuencia de Webster. La
moralidad es la frontera de la libertad y la primera circunstancia de
la hombría. Nada puede substituirla pues sin moral es la religión una
superstición o una impostura. La moralidad es el fundamento del
carácter y el primer grado de la Masonería.
Pero la moralidad no basta. Puede ser un hombre a la par moral y
mezquino, casto y cruel, justo sin caridad, veraz y avariento,
honrado, pero opresivo. Si algo hay peor que las acciones del malvado
son las de los malhechores del bien. La simpatía de amplitud, belleza
y suavidad a la vida, y así es que a la pureza debemos añadir la
piedad.
La justicia es rígida y estrecha, pero la misericordia es amplia y da
prueba de nobleza, refinamiento y benignidad de ánimo. Cuando faltan
estas cualidades tenemos en la Iglesia un Calvino que ordena la
horrible muerte de Miguel Servet en la hoguera con leña verde por una
discrepancia dogmática, y en la novela a Javert que acosa como a una
fiera al afligido Jean Valjean, en Los Miserables, de Víctor Hugo.
De la simpatía dimanan la tolerancia, la estimación y el aprecio como
precioso bálsamo que mitiga los dolores humanos. Nadie puede olvidar
cómo se enseña así en el primer grado de la Masonería.
En el segundo grado se nos exhorta a cultivar la mente por el estudio
de las artes y ciencias, en la medida de nuestra posibilidad, pues de
otro modo no estaría al alcance de todas las inteligencias la tarea de
dominarlas por completo. Es una exhortación a la cultura intelectual
sin la que es rudimentaria la hombría; es una incitación a buscar lo
que Emerson llama la libertad de la mente, esto es, librarla de
estrechez de conceptos y de prejuicios. Nos invita a la amplitud de
miras, a la ponderación de juicio, de suerte que la mente se
embellezca con los ricos tesoros de verdad acumulados para nuestro
provecho y contentamiento. A la pureza y misericordia ha de añadirse
la obligación moral de ser hábil e inteligente, pues la claridad de
entendimiento es tan obligatoria como la bondad de corazón, porque una
noble sinceridad puede ser tan nociva si se emplea en el error y la
imprudencia, como la mente de un filósofo apegada a bestiales
apetitos. Revelarán ambas falta de simetría y una imperfección en el
arte de vivir.
Hay otra dimensión de la hombría, hoy muy olvidada, a la que podemos
designar con el antiguo nombre de piedad. Seguramente creerán algunos
que es una especie de cuarta dimensión, cuya existencia se puede
argüir, pero no demostrar. No es así, sino un natural y normal
desenvolvimiento del hombre, sin el que la vida carece de coronamiento
y queda inacabable. La altura del alma ha de ser igual a su anchura,
ha de ser el hombre tan alto como amplio de alma, y si sólo ve la vida
en su longitud no podrá verla fijamente en conjunto, como los sabios
nos exhortan a verla. La altitud de mente nos da nuevas proporciones y
perspectivas y nos muestra la insignificancia de muchas cosas que el
hombre desea hacer, mientras que son de eterna importancia otras como
el vaso de agua dado amorosamente al sediento.
Cuando añadimos esta dimensión vemos lo que realmente es el hombre,
medido por lo que en él hay de inmensurable. De muchos y muy varios
modos llama la Masonería a estos “óptimos ángeles de nuestra
naturaleza” tratando de evocar en nosotros lo que en nuestro interior
es semejante a lo Eterno, y sólo puede expresarse en símbolos, en
santidad y en cánticos.
Tal es la espiritual Geometría masónica; y en este mundo nada hay tan
precioso y exquisito como el carácter que modela. Nuestro planeta no
conoce nada superior a una recta conducta fundada en la valía moral,
iluminada por la verdad, enfervorizada por un gentil espíritu
fraternal, enternecida por la hermosura y compasión de las cosas
mortales, ocupada en el servicio de las mejores causas, impávida,
erguida, reverente, fiel y dichosa. Es la consumación del mundo y una
brillante estrella en la gloria de Dios.
IV
En el simbolismo de todos los pueblos, en el ensueño de todos los
videntes, hay la visión de un Templo, del que el Templo del monte
Moria es una parábola y una profecía; es un Templo que lentamente se
levanta sin ruido de martillo ni cincel, un “Templo no hecho con
manos, y eterno en los cielos”. En esta Mansión de todas las Almas, a
la vez santuario de fe y albergue de las santas cosas de la vida, cada
uno de nosotros es una piedra viva labrada según las leyes de la
Geometría espiritual. Así es que de la inmortalidad ganada en mérito o
belleza en esta lastimera, apasionada y profética vida en la tierra,
participarán cuantos buscan la verdad y cumplen la voluntad de Dios
con pureza de corazón y fidelidad de propósito.
En el pavimento del Templo está el plan del Gran Arquitecto, y nos
incumbe construir solidariamente a la luz del ideal que nos muestra el
Libro de la Santa Ley. De las toscas y ruidosas canteras del mundo
hemos de extraer las piedras pulidas y finamente labradas para
construir un Templo de Fe, Fraternidad y Verdad. El Templo es el
término final, la meta y el ideal de la Masonería. Construir,
fortificar y hermosear es nuestro deber y cada masón ha de ser una
piedra viva del Templo. No hay obra más noble de cuantas se han
confiado al hombre. Feliz el que como fiel obrero del alma, pueda
decir en verdad al terminar el día: “Gracias a Dios me he portado
bien”.
NOTAS AL CAPÍTULO V
(1) No es nuestro propósito exponer al pormenor en estas páginas las
religiosas sugerencias del simbolismo masónico. En una obra publicada
en Inglaterra con el título de Brothers and Builders y en los Estados
Unidos con el de Degrees and Great Simbols, traté de interpretar
algunos de los principales símbolos de la Logia. Si se realizan la
mitad de mis sueños, espero completar mis estudios con intento de
interpretar el simbolismo de la Masonería con relación al simbolismo
universal según insinúa el conde D’Alviella en su libro: The Migration
of Symbols. Entre tanto, tenemos muy notables obras sobre el mismo
asunto, tales como The Symbolism of Free Masonry, por Mackey; The
Symbolism of the Three Degrees, por O. D. Street; Symbolical Masonry,
por H. L. Haywood; Foreign Countries, por Carl H. Claudy; An
Interpretation of Masonic Symbols, por J. S. M. Ward; y de más mística
tónica, los escritos de Waite y Wilmshurst, especialmente The Masonic
Initiation y la conferencia de Dean Roscoe Pound sobre The Mysticism
of Masonry.
(2) El postulado 47 de Euclides figuró como frontispicio en la
Constitución de Anderson publicada en Londres en 1723, con la palabra
Eureka. Dice el texto de la Constitución que el postulado es “si
debidamente se le observa, el fundamento de toda Masonería, sagrada
civil y militar” sea cual sea su significado. En la segunda edición de
la Constitución, publicada en 1735, se dice del postulado de Euclides
que es “la admirable proporción fundamental de toda Masonería,
cualesquiera que sean sus materiales y dimensiones”. Después de esto,
resulta pálido leer en nuestro ritual que el postulado “nos enseña a
amar las artes y las ciencias”. No es extraño que Speth observara que
mientras nuestros hermanos medievales estuvieron familiarizados con el
simbolismo del postulado, no lo estamos nosotros.
¿Qué significaba Pitágoras con el Gran Símbolo?. Evidentemente no
estaba el simbolismo en la cifra sino en los números tres, cuatro y
cinco, especialmente en el tres y el cuatro, cuya suma da el sagrado
número siete. ¿Por qué era sagrado el siete?. ¿Siete qué?. Acaso las
siete potencias divinas de la teología de los magos de Media, cuyas
lecciones recibió Pitágoras. De estas siete potencias, tres eran
femeninas y cuatro masculinas. Las femeninas formaban la base del
triángulo rectángulo y las masculinas constituían la perpendicular. De
la combinación de ambas clases de potencias resultó el Dios Padre-
Madre cuyo descubrimiento fue en verdad una revelación. ¿Qué puede
significar para nosotros este problema?. Seguramente la realidad de
Dios revelada a las potencias del hombre, la suma de sus facultades
perceptivas y receptivas, la intuición y el intelecto, la emoción y la
razón; y que para hallar satisfactoriamente a Dios se requiere la
entrefusión de todas nuestras facultades de pensamiento, voluntad y
acción, en mística experiencia de amor de la que nuestro ritual es una
obscura sombra para muchos masones.
(3) Al propio tiempo debemos recordar que el universo, tal como la
ciencia nos lo muestra, es muy diferente del que imaginaban los
primitivos pensadores. El universo visto por la geometría es lo que
William James llamaba un “bloque-universo”, mientras que el verdadero
universo es un viviente universo, un organismo, más bien que un
mecanismo. La
ciencia nada sabe de la “materia muerta” en el antiguo sentido de la
expresión ni tampoco sabe lo que es en esencia, excepto que está
vivificada por la energía. De todos modos, el universo según Einstein
es muy diferente del universo según lo concedía Newton. Si el lector
desea más amplia información sobre el asunto, lo hallará en la obra: A
Living Universe, de L. P. Jacks, libro deleitoso e inspirado, que
trata de interpretar el para nosotros nuevo universo en que
espiritualmente vivimos. Perduran las leyes y verdades de la
geometría, pero es una geometría viviente, con leyes vivas y no con
reglas muertas, tal como debiera ser la Masonería, que si es una
“ciencia progresiva” como dice el ritual, ha de tener en cuenta la
rápidamente cambiante visión del universo e interpretar acordemente
sus enseñanzas. A veces uno desea que pudiera surgir un nuevo Preston
y valerse de la Masonería como un medio de enseñar la verdad respecto
del mundo según ahora lo conocemos por la ciencia, como lo hizo
Preston en otro tiempo.expresión ni tampoco sabe lo que es en esencia, excepto que está
vivificada por la energía. De todos modos, el universo según Einstein
es muy diferente del universo según lo concedía Newton. Si el lector
desea más amplia información sobre el asunto, lo hallará en la obra: A
Living Universe, de L. P. Jacks, libro deleitoso e inspirado, que
trata de interpretar el para nosotros nuevo universo en que
espiritualmente vivimos. Perduran las leyes y verdades de la
geometría, pero es una geometría viviente, con leyes vivas y no con
reglas muertas, tal como debiera ser la Masonería, que si es una
“ciencia progresiva” como dice el ritual, ha de tener en cuenta la
rápidamente cambiante visión del universo e interpretar acordemente
sus enseñanzas. A veces uno desea que pudiera surgir un nuevo Preston
y valerse de la Masonería como un medio de enseñar la verdad respecto
del mundo según ahora lo conocemos por la ciencia, como lo hizo
https://groups.google.com/forum/#!topic/secreto-masonico/LqxOi_up_yA
LA GEOMETRÍA DEL CARÁCTER -FORT NEWTON - La Religión de la Masonería - Grupos de Google
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